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... y en la cumbre del monte las estrellas iluminaban una bendita imagen de la Virgen, una talla pequeña de tez morena. Tomará como morada terrenal el Cerro de la Cabeza, de donde tomará su nombre, será Reina de la Sierra, Madre de Andújar, Patrona de pastores y monteros, y hasta Ella, vendrán gentes de cualquier lugar del mundo para contemplar su celestial rostro, su serena mirada; vendrán gentes hasta este mágico y singular lugar donde se encuentra la paz interior, donde soñamos un mundo mejor.
A partir de ese momento, Andújar
se convirtió en la puerta de Sierra Morena, el pórtico de un manantial de sueños, de sentimientos, de vivencias y experiencias que nos lleva a un fin común... postrarnos a las plantas de Nuestra Señora de la Cabeza. La ciudad de gente sencilla y llana que se forjó a la vera del Río Grande se unirá para siempre a esta universal advocación de la Virgen María. De la mano del bienaventurado Juan Alonso de Rivas, Andújar camina hacia las entrañas de la sierra, donde llegará a un monte iluminado por estrellas y coronado por la Reina del Cielo.
En las cálidas noches de verano, en la soledad de los montes, las ausencias se hacen más presentes. Como cada año, Andújar
vuelve a vivir ese encuentro maternal que comparte con el mundo, les muestra a la que es Reina y Madre, rozar su manto, tenerla cerca y compartir miradas, es volver a la noche de un 11 de Agosto del año 1227, donde todo vuelve a cobrar vida, a tener un significado especial.
En la soledad de la noche se oyen pisadas, los pasos de los que ya no están entre nosotros pero caminan a nuestra vera. El camino viejo se convierte en un desfile de pequeñas luces que iluminan la sierra, peregrinan hasta llegar a Ella para coronarla de estrellas, porque estrellas son los que están junto a Ella.
Andújar es un manantial de fe, de ella parte los caminos que llevan al encuentro de la Virgen serrana, Andújar es mariana, siglos de historia, cada rincón de sus calles nos muestra a Ella, y en las calurosas noches agosteñas, se vuelve a iluminar la cumbre de ese bendito cerro, donde Juan Alonso de Rivas comparte su dichoso hallazgo.